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ISSN 1989-4163

NUMERO 99 - ENERO 2019

El Calendario de Dios

Francisco Marín

Autor: Rubén Castillo Gallego. Boria Ediciones. 332 pgs. 16,00 €.

Cuando leemos una obra, una novela, normalmente podemos adivinar quien es el autor. Pues algo de él queda en las palabras que conforman la correspondiente historia. Es decir, algo de autobiografía del escritor aparece plasmado negro sobre blanco.
Eso ocurre en ‘El calendario de Dios’ pues de ética y honradez trata en sus páginas y, que duda cabe, Rubén Castillo Gallego es una persona ética y honrada a carta cabal. Al mismo tiempo, siendo un solitario, la soledad planea en la totalidad de sus páginas. Matías, el protagonista, se encuentra y camina solo… camina solitario porque la ética y la honradez son actos que se ejercen en soledad.

El destino es el eje sobre el que bascula ‘El calendario de Dios’… ¿está escrito? ¿es inalterable? ¿nos da miedo el conocerlo? ¿soportaríamos que alguien pueda leernos el futuro? Hay un pasaje en el que Leo, maestro de Horacio, dice: «Aceptamos al ilusionista porque sabemos que lo que hace no es verdad. Le aplaudimos la maestría a la hora de engañarnos. Solamente eso. Pero si supiéramos que no nos está engañando, sino que de verdad tiene esos poderes, nos provocaría pánico». Cierto.

Es una historia, en cierto modo, inquietante. Pues inquietante es lo desconocido… pero más inquietante, si es posible, es conocer el futuro y no poder comunicarlo.

«Dicen que cada ser humano atesora en su alma, lo sepa o no, una cualidad que lo hace único, un don asombroso que con suerte terminará aflorando en algún instante de su vida o que, por desgracia, morirá en silencio dentro de su espíritu».

Tal vez Horacio hubiera preferido que ese don muriera en silencio y escondido. Tal vez, de ese modo, hubiera concluido sus estudios de filosofía, hubiera encajado en la adinerada familia de su preciosa exmujer, los problemas del anciano Matías le hubieran sido del todo irrelevantes por desconocidos y hubiera disfrutado de una existencia anodina pero relajada.

Sin embargo, el don afloró cuando apenas había dejado atrás la adolescencia, y aunque siempre procuró seguir a rajatabla los consejos de su guía y mentor, una decisión precipitada en un momento de flaqueza lanzó la bola de nieve que comenzó a perseguirle ladera abajo hasta convertirse en alud.

Rubén Castillo cruza la línea para mostrarnos, desde el punto de vista de un ‘Elegido’, la soledad, la incomprensión, el desarraigo, el miedo, la carga y la responsabilidad a que se ve sometido quien ostenta un poder que ni quiere ni ha pedido.

Como siempre, prosa clara, límpida y cómoda. Obra brutal y… esperemos, a pesar de lo que afirma Rubén, que no sea la última.
Nos atiende Rubén Castillo…crucemos los dedos para que no sea la última vez que lo entrevistamos, para Agitadoras, a propósito de una obra suya… Gracias…

P.- ¿Cuándo, cómo y por qué nace El calendario de Dios?
R.- No recuerdo la fecha exacta de su escritura, pero estaba concluida antes de febrero de 2014. Lo sé seguro porque desde entonces no he escrito ningún libro. Surgió de una pregunta muy rodariana: ¿qué ocurriría si una persona sí que estuviese facultada para adivinar el futuro, sin truco y sin fallo? A partir de esa semilla estuve divagando sobre cómo sería esa persona, cómo viviría y cuál sería su manera de actuar. El resultado es esta novela.

P.- Asustado estoy por lo que ha apuntado últimamente, afirmando que va a ser su última publicación. ¿Cuál es el motivo?
R.- Sí, va a ser mi último libro. Es una decisión que tengo tomada, o que la vida ha tomado por mí: es difícil establecer la frontera entre ambas cosas. Las personas que hayan leído entrevistas mías habrán observado que siempre insisto en definirme como lector. Es lo que de verdad me siento, la actividad que de verdad me satisface. Un lector que, durante unos años y ocasionalmente, ha escrito libros. Ahora quiero volver a la concentración y a la pureza de ser lector puro. Siendo optimista, me quedan treinta años para leer y muchos más libros de los que conseguiré terminar. Con las presentaciones de la obra en Molina (12 de diciembre), Murcia (13 de diciembre) y Cartagena (10 de enero) cierro una etapa de mi vida.

P.- ¿Podemos hacer algo sus seguidores para animarle a que no deje de escribir y publicar?
R.- Pero si es que, sinceramente, no creo que se trate de ninguna pérdida, y mucho menos de una tragedia para nadie. Para mí, desde luego, no lo es. Las personas que me quieren se sentirán felices al pensar que vuelvo a mi origen: la lectura. El sobrino de la bibliotecaria vuelve a la biblioteca, de donde a lo mejor no tendría que haber salido nunca. Escribiré y publicaré, pero solamente reseñas sobre los volúmenes que vaya terminando. En ese sentido, mi blog será también una “novela en marcha”, mi salón de pasos encontrados.

P.- ¿Cuántas cosas quedarán en el cajón del olvido?
R.- Si se refiere a libros, ninguno. Al iniciarse 2014 atravesé un punto de inflexión muy grave en mi vida y me quedé vacío. Ya no sentía ilusión por escribir ni por casi nada. Me quedaban tres o cuatro obras en el ordenador y he tenido la suerte de que algunos editores amables (Tito Expósito, de Baile del Sol; Francisco Serrano, de MurciaLibro; y Luis Sánchez, de Boria Ediciones) se interesasen por ellas y las publicasen. Ahora el ciclo está cerrado y sólo yo quedaré en el cajón del olvido.

P.- Volviendo a la novela. ¿Cree en el Tarot? ¿Cree que, realmente, hay visionarios?
R.- No, de ninguna manera. Hay, desde luego, charlatanes muy convincentes, que pueden despistar a los indecisos; pero no disponen de más verdad que la que cada persona quiera otorgarles. La gran prueba a la que tendrían que someterse, quienes insisten en su condición áurea y exigen ser tomados en serio, es adivinar el pasado del consultante. Aventurar el futuro es jugar con la ventaja del tiempo: págueme y luego ya veremos si acierto. No, hagámoslo de otra manera. Adivíneme usted enigmas de mi pasado, que sólo yo sé, y entonces admitiré su don… Un amigo me preguntó hace poco si me he inspirado para nominar al protagonista en Horacio Villegas, el vidente que anunció la victoria electoral de Donald Trump, pero lo cierto es que ni siquiera sé quién es. No lo había oído nombrar hasta ese instante. Imagino que otros videntes se decantarían por los otros candidatos y que sus nombres no han trascendido. Igual de farsantes todos. En realidad, lo nombré así, como homenaje a Julio Cortázar y su Rayuela.

P.- ¿Cree que el DESTINO está establecido y no se puede cambiar?
R.- No creo que el Destino esté escrito y, por tanto, no estimo que pueda ser anticipado. El futuro se va construyendo aleatoriamente sobre azares y decisiones que lo cambian (y que nos cambian) de continuo. Suspendes un año y eso te obliga a repetir curso, pero en la nueva promoción conoces a la chica con la que te casarás. Tropiezas con un bordillo y no coges a tiempo el tren que luego se estrellará… o te subes al siguiente, que se estrellará. El Destino siempre se puede cambiar, porque no es uno.

P.- ¿Hay miedo en conocer lo "desconocido", el "porvenir"?
R.- Hay más curiosidad que miedo, lo cual es absurdo. Tendría que ser al revés. Horacio, el protagonista de mi novela, dispone del don de conocer el futuro; pero él mismo constata que el futuro no es el número de lotería o la quiniela ganadora del domingo. El futuro es conocer la fecha en que morirá tu hijo. Y eso es terrible, es perturbador, es sofocante. Debería darnos mucho miedo, incluso como posibilidad.

P.- Hay en la novela abundantes referencias literarias, lo que encuentro normal... pero, también, muchas referencias futbolísticas ¿por qué?
R.- Pues… no lo sé. Ni siquiera había reparado en ese detalle, se lo aseguro. Quizá he tratado de anclar la acción en el mundo real, donde los nuevos dioses van de pantalón corto y llevan un escudo en el pecho. Pero ya le digo que no ha sido en modo alguno intencionado. No soy aficionado al fútbol, pero sí que me interesa como sociología, como retrato del mundo que nos rodea, como soma de diseño.

P.- Encuentro mucha ética y honradez en la novela. ¿Era esa su intención?
R.- Sí. Mi intención era crear un personaje ético, discípulo de otro personaje ético: una especie de línea sucesoria basada en la honestidad, la honradez y el buen sentido. Personas que no pensasen en el dinero, el poder o el éxito, sino que se planteasen el trasfondo íntimo de las cosas, su verdad esencial. Espero haberlos conseguido.

P.- Por último... Sus planes a corto y medio plazo ¿son?
R.- Leer. Diluir o abalanzar al olvido todo lo que no sea eso. Meterme en mi cueva de libros y habitar entre ellos. No le hago daño a nadie con esa actitud y creo que en ella puede estar mi paz.

 


El calendario de Dios

 

 

 

 

 

 
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